sábado, 28 de julio de 2007

Una crítica a las telenovelas latinoamericanas

Desde siempre la televisión latinoamericana se ha caracterizado por ofrecer telenovelas, también conocidas como teleseries, teleteatros o simplemente "culebrones".

Definidas como un producto típico de esta región del mundo, las telenovelas son programas que se transmiten diariamente y, dependiendo del éxito que alcancen entre la audiencia, pueden extenderse por más de un año, incluso dos. Y es que no resulta fácil sustraerse a las intrigas, romances y situaciones varias que capítulo a capítulo se suceden en la trama, que muchas de las veces suele rozar la ingenuidad, ridiculez y mal gusto.

Si bien este tipo de ficción constituye un género que lleva cerca de 50 años en las pantallas de América Latina, logrando penetrar con éxito incluso en países tan disímiles como Israel y Rusia, carecen de la calidad que su larga trayectoria les exige.

En efecto, sólo es cuestión de revisar la oferta de ciertos proveedores para comprobar la precariedad de estas producciones. No nombraré televisoras ni grandes grupos de comunicación para graficar lo que sostengo. Sólo mencionaré las principales características de este subproducto regional que, si se hiciera mejor, con calidad, se transformaría en un aporte y un reflejo más ceñido a nuestra sociedad.

Antes de iniciar esta breve revisión debo señalar, en todo caso, que existen honrosas excepciones, tales como las telenovelas producidas en Brasil y algunas realizadas durante los últimos años en Argentina (Muñeca Brava, Resistiré, Montecristo); Chile (Romané, Machos, Brujas, Los Pincheira, Los Treinta, Alguien te Mira); Colombia (Café, con aroma de mujer, Yo soy Betty, la Fea); México (La Mentira, Mirada de mujer) y Miami, EE.UU. (La Tormenta, El Zorro -aunque ambos finales fueron un bodrio-).

Aclarado esto, comencemos.

Las telenovelas desarrollan historias mínimas.

Las tramas son tan básicas que ni siquiera alcanzan para que un niño utilice todas sus neuronas para entender de qué se tratan.

La mayoría apela a los mismos recursos argumentales que por años se llevan repitiendo en cada producción. Bebés perdidos; mujer joven humilde se enamora de hijo apuesto de empresario millonario; triángulos amorosos; amores prohibidos; asesinatos por montones; heroína queda ciega y en el último capítulo recupera la vista; galán pierde la memoria y se enamora de la "otra"; mentiras, trampas y engaños; personajes populares simpáticos; escenas en cocinas, dormitorios y comedores; y la infaltable muerte de los villanos.

Las telenovelas no saben explotar el morbo del público.

Si quieren entregar historias desgarradoras, entonces debieran darle más importancia a la siquis de los personajes.

Sin embargo, actualmente debemos ver que las actitudes de los protagonistas se limitan a motivaciones tan burdas como encuentros accidentales entre la heroína y el galán en el primer capítulo que justifican el amor que sentirán en el transcurso de los 300 capítulos restantes; villanos que son malos porque sí; historias secundarias que no se sustentan por sí mismas y que hacen suponer que existen sólo para que determinados tipos de público se sientan identificados con algunas situaciones. En fin, no podemos tolerar que si se muere un personaje, al episodio siguiente nadie se acuerde ni le afecte.

Las telenovelas se extienden demasiado.

No puede ser que una historia dure más de 200 capítulos con los mismos protagonistas y las mismas motivaciones. Si bien los escritores se esfuerzan por darle matices al cuento, pareciera que no pueden porque siempre, como a eso del capítulo 20 de la trama, la historia se mimetiza con cualquier telenovela transmitida anteriormente, transformándose en más de lo mismo.

La ambientación.

Las telenovelas tienen escenografías que parecen sacadas de obras de teatro infantiles, con colores fuertes y sin la más mínima profundidad de campo.

Pereza mental pareciera afectar a los encargados de diseñarlas, porque es insólito que para cada locación uno creyera que se está en una bodega o galpón. No hay personalidad, es como si estuvieran realizadas a la rápida o recicladas del culebrón anterior, porque es increíble que sean todas iguales y tan mal hechas. Una vergüenza.

La dirección.

Las telenovelas están dirigidas, al juzgar por su calidad audiovisual, por aficionados que se creen directores. Exceso de primeros planos, cortes abruptos, escenas demasiado largas, otras demasiado cortas y sin sentido, pocas escenas en exteriores, poca luz, mal sonido, cuando graban en exteriores se escucha el sonido ambiente, en fin, mal dirigidas.

Galanes y heroínas.

Las telenovelas están protagonizadas por pseudo actores que se creen sólo porque son atractivos, mujeres bellas que estarían mejor en una pasarela modelando sin abrir la boca, actores de trayectoria que son criminalmente desaprovechados y, en general, por personas que gritan, sobreactúan y no tienen ni la más remota idea de cómo transmitir emociones sin que el televidente se ría.

En fin, las telenovelas serían mucho mejores si no cayeran en estos vicios, pero, bueno, pareciera ser que la llamada "ley del mínimo esfuerzo" prima en la mentalidad de los realizadores.

Piensen, sólo piensen si las telenovelas, así como se hacen actualmente, no son un fiel reflejo de la pobreza que aún subsiste en gran parte de América Latina.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo, pero es un problema con la televisión entera, sobre todo aquí en Chile.
Parece que con fórmulas facilistas vamos llenando la parrilla programática con un esfuerzo mínimo y a veces maquiavélico para que la gente enganche con producciones baratas.

saludos.

Anónimo dijo...

Creo que si hablas de novelas podrias asesorarte un poco mas, como con el dato de Mirada de Mujer, pues es un remake de una novela colombiana -Señora Isabel-.